Aquellas olas parecían tener nombre. Sacudían el barco casi rítmicamente y la espuma salada salpicaba la cubierta golpeando los mamparos.
Desde la altura del puente se veían venir ordenadamente como murallas onduladas e inmensas. La mayoría de tripulantes estaban mareados. En cama, algunos. Otros, derrotados. Y unos pocos se habían acordado de rezar después de mucho tiempo. El mar nos podía, pero había que resistir. De lo contrario, acabaríamos allí mismo nuestro camino.
Partíamos de Canadá rumbo a Europa en un enorme navío repleto de grano de maíz.
Una desgracia a bordo, la muerte de un tripulante, nos cambió la ruta. En ese momento el capitán habló con nosotros y decidió poner rumbo a la tierra más cercana, Halifax, Nueva Escocia. La información meteorológica alertaba sobre vientos fuertes racheados y olas de entre 15 y 20 metros.
De Halifax sólo recuerdo vagamente el entierro de nuestro compañero, un frío al que no estábamos acostumbrados y lo curioso que resultaba que en los bares no sirvieran más de una copa de alcohol.
Salimos de Halifax y, superado el mal tiempo del Atlántico Norte, nos dirigimos plácidamente rumbo a España.
El miedo quedó atrás, pero el que yo pasé agarrado hora tras hora al mando de combustible para controlar las revoluciones, según si la hélice estaba dentro o completamente fuera del agua, ese miedo no se me ha borrado todavía.
El siguiente viaje fue algo más tranquilo pero ya lo había decidido: esta no era una vida para ganar mucho dinero, ni para divertirse, ni tampoco para formar una familia. Me desembarqué en Barcelona, de eso hace ya muchos años.
A los dos meses siguientes me enteré por las noticias de que ese barco en el que yo había navegado se hundió en el Atlántico Norte en otra maldita tormenta. Sólo se salvaron 6 tripulantes. Yo los conocía muy bien a todos pero no quise enterarme de sus nombres.
Ese barco se llamaba Monte Palomares, de la naviera Aznar, y marcó el resto de mi vida porque puedo contarlo.
Desde entonces he trabajado en tierra. He tenido una familia. Tengo hijos y nietos y he sido, de vez en cuando, feliz.
Pero nunca olvidaré aquellas olas, aquel barco y a aquellos compañeros ya sin nombres para mí.
Más información sobre la crónica del trágico final del Monte Palomares en: https://www.baixamar.com/432-tragedia-atlantico-naufragio-monte-palomares.htm
1966: Sinking of Spanish freighter Monte Palomares | Maritime Radio